Actualidad, camino a la libertad financiera

Tras haber atravesado las dos primeras etapas como inversor (la del novato entusiasmado con las empresas de gran dividendo entre el 2015 y el 2018, y la del impaciente que quiere resultados demasiado rápido entre el 2018 y el 2020), siento que ahora me encuentro en una tercera etapa. En ella, mi manera de invertir es más eficiente y, sobre todo, me aporta mayor tranquilidad. Sé que con el tiempo seguirá evolucionando, porque la experiencia siempre enseña, pero tengo la sensación de que esta fase puede ser la más sólida y duradera.

Hoy invierto con calma, con un enfoque realista y consciente de que en los mercados financieros no existen atajos: todo se construye con tiempo, constancia y paciencia. Por primera vez siento que estoy en el camino correcto, uno que me permitirá alcanzar mis objetivos financieros sin dejarme arrastrar por las prisas ni por ilusiones pasajeras.

Etapas anteriores como inversor

Resumen primera etapa

  • Empiezo a invertir casi a ciegas, sin apenas formarme ni leer sobre bolsa, guiándome por frases hechas como “a largo plazo siempre sube” o “en el Santander es imposible perder dinero”.
  • Abro mi primera cartera de valores directamente en mi banco, sin plantearme otras opciones. No sabía ni lo que era un bróker, y terminé pagando comisiones altísimas solo por hacer lo más sencillo. Un broker de un banco tradicional tiene sus ventajas, pero prefiero uno low cost.
  • Mis primeras compras son acciones de empresas del Ibex 35, sobre todo atraído por sus dividendos llamativos (Banco Santander, Repsol…). El dividendo me parecía garantía suficiente.
  • También caigo en la trampa de pensar que, si una acción ha bajado mucho, “algún día volverá a su precio anterior”. Así acabo comprando valores como OHL o Bankia solo porque en el pasado habían cotizado más alto. Por supuesto, en ese momento no miraba ni beneficios, ni deuda, ni el estado real de la empresa. Llegué a comprar acciones de Telefónica mientras sus beneficios no dejaban de caer año tras año, convencido de que en algún momento volvería a alcanzar la cotización que tuvo cuando sus resultados estaban en máximos.

Resumen segunda etapa

  • Empiezo a leer bastante sobre inversión en renta variable y a consumir vídeos en YouTube de supuestos “gurús”. Los llamo “analistos”, porque muchos parecen tener fórmulas mágicas y parece que saben cuando una acción va a subir y cuando va a bajar. En esta etapa terminé cansado de perder el tiempo con ellos y aprendí a filtrar mejor la información que consumía. He dejado de seguir a muchos youtubers que no aportaban valor (vendehumos, gurús, alarmistas, sensacionalistas…), y me he quedado únicamente con algunos que considero serios y didácticos. Entre ellos, destaco a Fernando Sánchez (Invertir desde Cero) y a David Galán (Bolsa General), además de algún otro que sigo de manera puntual.
  • Abro mi primera cuenta en un bróker de bajas comisiones, dejando atrás las comisiones abusivas del banco.
  • Realizo mis primeras compras en empresas extranjeras, saliendo del mercado español.
  • Empiezo a valorar más los beneficios de las compañías que únicamente el dividendo que reparten. Descubro que un dividendo alto muchas veces significa que la empresa tiene poco margen de crecimiento e, incluso, que ese dividendo puede ser recortado o cancelado. Aun así, todavía no analizaba balances ni cuentas: me seguía dejando llevar en gran medida por opiniones de foros y blogs.
  • Hago mis primeras operaciones con derivados (ventas de puts). Con el tiempo me doy cuenta de que me pasé de frenada y que este tipo de productos conllevan más riesgos de los que parecen. Aunque sigo utilizándolos de forma puntual, no los recomiendo a nadie que no tenga muchísima experiencia y control emocional.
  • Llega la pandemia del COVID y, con ella, las fuertes caídas de los mercados. Me llevo mi primer gran golpe, tan grande que prácticamente tengo que empezar de cero. Sin embargo, la recuperación no tarda en llegar, y me quedo con dos aprendizajes clave: las buenas empresas siempre terminan levantándose y jamás merece la pena endeudarse ni usar productos de riesgo para invertir.

Actualidad, tercera etapa como inversor

En esta tercera etapa como inversor doy un giro importante en mi manera de enfocar las inversiones. Empiezo centrando mi cartera en empresas con un dividendo razonable pero, sobre todo, creciente de forma sostenida en el tiempo. Son las llamadas aristócratas del dividendo, compañías como ExxonMobil, Verizon, T. Rowe Price o Pfizer, que recompensan al accionista año tras año. Más adelante amplío el foco hacia empresas con dividendos más modestos pero con un crecimiento mucho más acelerado, como Home Depot, American Express o Amgen.

También me animé a invertir en algunas small caps (SDI Group, S&U, Dye & Durham…), motivado por las recomendaciones de un youtuber que considero sensato y que muchos de los que estáis en este mundillo seguro que conocéis. Sin embargo, con el tiempo comprendí que no me compensa asumir el riesgo adicional de este tipo de compañías cuando existen gigantes consolidados con expectativas de crecimiento similares (o incluso mejores). Por ejemplo, si tanto Alphabet como Nagarro presentan unas previsiones de crecimiento anual del 15%, prefiero invertir en Alphabet, que cuenta con un historial sólido y unos balances impecables, antes que arriesgarme con Nagarro, cuya mayor deuda y menor previsibilidad la hacen una apuesta bastante más incierta.

Paralelamente, cada vez me convenzo más de que la inversión en fondos indexados es una apuesta ganadora a largo plazo. Puede que sea menos emocionante, sí, pero también es más segura y consistente. Por eso me comprometo a destinar parte de mis aportaciones periódicas a fondos como el MSCI World, el S&P 500, emergentes o small caps, además de un EPSV de fondos indexados. Hago aportaciones semanales de forma sistemática y, cuando el mercado sufre correcciones importantes, aprovecho para aumentar la inversión.

Pero lo más relevante de esta tercera etapa es la convicción que voy consolidando de que cuando una empresa aumenta sus beneficios de forma consistente año tras año, tarde o temprano su cotización termina reflejándolo. Puede que en determinados momentos exista una descorrelación entre beneficios y precio de la acción, pero precisamente en esos momentos aparecen las mejores oportunidades de compra. Por eso empiezo a interesarme en analizar compañías, aunque sea de forma sencilla. Lo hago simplemente revisando el historial de crecimiento del BPA (beneficio por acción), las estimaciones futuras, el nivel de deuda y los márgenes de rentabilidad (con especial atención al ROIC). Con estos datos básicos ya puedo formarme una primera idea de si merece la pena invertir en una empresa o no.

Finalmente, voy abrazando cada vez más la filosofía de invertir en compañías de calidad, es decir, negocios con márgenes elevados, barreras de entrada sólidas y posiciones de liderazgo en sus sectores. Entre este tipo de empresas se encuentran Visa, S&P Global, Alphabet, Zoetis, Meta Platform, ASML, Microsoft o Fortinet. A día de hoy, esta estrategia es con la que más me identifico. Mi objetivo es mantener un radar de empresas de calidad y, cuando alguna cotiza a un precio atractivo, incorporarla a mi cartera. De esta manera, mes a mes, diversificando y sumando compañías sólidas, consigo que la famosa bola de nieve siga creciendo con fuerza. Entre los inversores que sigo como referencia por practicar esta filosofía se encuentran Terry Smith, de Fundsmith; François Rochon, de Giberny Capital; Tomas Maraver, de Nartex Capital; y Nick Train, de Lindsell Train.

Mi tercera etapa como inversor, combinar inversión en indexados con empresas de calidad para logar la libertad financiera

En la imagen podréis ver que al final del camino aparece el concepto «libertad financiera». La “libertad financiera” se suele entender como el momento en que las rentas anuales (ya sea por alquileres, dividendos u otros ingresos que no provengan del trabajo) cubren por completo los gastos de una persona o familia durante un año. En este escenario, los que buscan dicha «libertad financiera» podrán dejar su trabajo remunerado para vivir de las rentas indefinidamente.

Sin embargo, yo la veo desde una perspectiva algo diferente, ya que incluso el camino hacia ella puede ser muy satisfactorio. Para mí, la libertad financiera consiste en alcanzar un punto en el que mi patrimonio y los ingresos pasivos (en mi caso, ya sea por dividendos o vendiendo parte de mis activos) me permitan vivir con mucha más tranquilidad, incluso aunque no tenga la intención de dejar mi trabajo. De este modo, podría perder el trabajo sin afectarme lo más mínimo, o incluso podría dejar de trabajar por completo, reducir mi jornada laboral a media jornada o incluso a un tercio de ella si así lo quisiera.

Además, incluso si nunca logramos cubrir todos nuestros gastos únicamente con estas rentas, el camino hacia la libertad financiera también tiene un gran valor: cuanto más nos acerquemos a ella, mayor será nuestra tranquilidad y menores nuestras preocupaciones económicas. Y si algún día conseguimos prescindir de dedicar ocho horas diarias a un trabajo remunerado, podremos emplear ese tiempo en disfrutar de la vida.

Dejando a un lado el concepto de «libertad financiera», veremos a continuación cómo actualmente mi estrategia de inversión se articula en dos caminos complementarios:

  • Fondos indexados y EPSV indexado: Hago aportaciones periódicas tanto en fondos indexados como en un EPSV basado en fondos indexados. Cuando detecto caídas importantes en los mercados, aprovecho para hacer aportaciones adicionales, y si considero que las bolsas están altas o “caras”, reduzco ligeramente las contribuciones.
  • Acciones de empresas cotizadas: Analizo de manera sencilla las empresas que tengo en mi radar e invierto mes a mes en aquellas que considero que deberían revalorizarse a medio o largo plazo. Por ejemplo, si tras analizar GoDaddy en un escenario muy conservador estimo que para 2028 sus acciones podrían alcanzar los 227 dólares y actualmente cotizan a 145, la revalorización esperada supera el 15% anual. Dado que el S&P 500 se revaloriza históricamente entre un 8% y un 10% anual, invertir en GoDaddy me parecería una opción atractiva y probablemente lo haga. Al decidir invertir, suelo destinar una cantidad mensual fija. En este caso, podría comprar una o dos acciones y seguir vigilando su evolución. Si el precio sube, probablemente no añadiré más en ese mes, pero si la acción baja y mi análisis sigue indicando un valor de 227 dólares para 2028, lo más probable es que compre más. Eso sí, no suelo invertir todo en una sola empresa en un mismo mes. Me gusta diversificar. Por ejemplo, si GoDaddy muestra un potencial de revalorización del 15% anual y tras analizar Charles Schwab estimo un 14-15% de crecimiento, lo más probable es que reparta mi inversión entre ambas compañías, comprando acciones de las dos según la oportunidad.

Cosas que voy aprendiendo en esta tercera etapa

Aunque siento que voy por buen camino y que esta tercera etapa será la definitiva, también tengo claro que con la experiencia y los distintos eventos que ocurren en los mercados bursátiles, siempre habrá cosas nuevas por aprender y nunca se sabrá lo suficiente. Por ahora, en esta fase estoy interiorizando lo siguiente:

Lección 1. Evitar el FOMO

He aprendido a no dejarme llevar por lo que ahora está tan de moda y llaman FOMO: el miedo a perderse una acción. A veces ocurre que cuando queremos invertir en una empresa, su cotización empieza a subir rápidamente y sentimos la presión de comprar antes de que suba aún más. Sin embargo, no deberíamos dejarnos atrapar por ese miedo.

Los mercados bursátiles casi siempre nos ofrecen oportunidades. Puede que una acción suba unos días y luego vuelva a precios previos, o que surjan otras compañías interesantes para invertir. Si tras subir de precio la empresa sigue pareciéndonos atractiva a medio o largo plazo, no hay problema en comprarla; si no, siempre habrá más oportunidades para invertir en ella o en otra que se presente a buen precio.

Lección 2. No dejarse dominar por el miedo cuando una empresa cae

Cuando una empresa que nos gusta empieza a caer y sigue cayendo, aunque la hayamos analizado una y otra vez y sigamos pensando que está “barata”, es normal que nos entre el miedo y nos cueste lanzarnos a comprar. Si una acción cae tanto, incluso después de hacer nuestros deberes, probablemente sea por algo que no sabemos o por factores externos al negocio.

Si la caída se debe simplemente al cortoplacismo de los inversores, a sanciones o a situaciones temporales, no deberíamos dejarnos paralizar por el miedo, sino tener confianza en invertir en ella.

Un buen ejemplo de esto es Meta (antes Facebook). Entre septiembre de 2021 y noviembre de 2024, sus acciones pasaron de unos 360 dólares a aproximadamente 90 dólares, probablemente por malas decisiones de inversión de su CEO y el cortoplacismo de los inversores. Cuando cotizaba a 360, todos confiaban en la empresa; a 90 dólares, pocos se atrevían a comprar.

A pesar de gastar dinero en el Metaverso, su negocio principal —la publicidad— seguía generando ingresos enormes, y la compañía continuó batiendo récords de beneficios año tras año. Hoy, sus acciones superan los 750 dólares, demostrando que mantener la calma y confiar en la solidez del negocio a largo plazo puede recompensar enormemente.

Lección 3. Ir con pies de plomo

A lo largo de todas mis etapas como inversor he aprendido que, a largo plazo, es mucho más efectivo buscar seguridad que intentar conseguir ganancias extraordinarias rápidamente. Me sigo recordando a mí mismo que es mejor lograr una rentabilidad anual del 8% sostenida durante 30 años que intentar “apostar” por un 20% y arriesgarse a perderlo todo.

Si realmente somos inversores a medio o largo plazo, la paciencia es clave. Nadie nos va a regalar dinero, y es normal que el camino sea gradual. Conseguir un rendimiento constante de entre el 8 y el 10% anual es un gran logro, y debemos aprender a estar satisfechos con ello sin dejarnos llevar por la locura de perseguir ganancias imposibles.

Hay que evitar productos apalancados y derivados de alto riesgo, y si se usan, hacerlo con muchísimo cuidado y sin abusar.

Lección 4. Es mejor aburrirse un poco

Una de las cosas que he aprendido es que, en inversión, aburrirse puede ser señal de que vamos por buen camino. Esto es algo muy habitual, sobre todo entre quienes invierten en fondos indexados: aunque la rentabilidad sea excelente, sienten la necesidad de “hacer algo” constantemente.

A mí también me pasa. Siempre me entran ganas de comprar acciones nuevas o explorar otras inversiones (alquiler de parcelas de garaje, plataformas como Urbanitae, fondos de capital privado…) pero si nuestras inversiones están funcionando bien, lo más inteligente es mantener la estrategia. Para mí, una rentabilidad anual superior al 8% es más que suficiente y difícil de mejorar de manera consistente.

En estos casos, la mejor decisión es no cambiar nada. Si algo funciona, dejarlo crecer y resistir la tentación de tocarlo.